Alimentación e inmunidad: la ciencia frente a los cantos de sirena

Una de las características menos conocidas de la naturaleza humana por parte de la población general es la búsqueda constante de “patrones” y de relaciones “de causa y efecto” para todo. Unas veces desde una perspectiva científica (lo cuál es racional, eso que precisamente nos caracteriza) pero otras no tanto, aunque creamos que sí. Veamos un ejemplo de lo primero: “el uso de fármacos analgésicos alivia el dolor”, en este caso la causa (del alivio) es la toma del fármaco, y el propio alivio, el efecto. Ejemplo de lo contrario sería -y voy a ser muy gráfico para hacerme entender- cuando un portero de fútbol se pone primero, y de forma sistemática, el guante de la mano derecha, luego el de la izquierda y se santigua tres veces antes de saltar al campo, porque él cree que esa rutina (o ritual) le trae suerte. En este caso no hay relación entre la causa (el ritual) y el efecto buscado (por ejemplo, no lesionarse) por ningún lado.

Con la alimentación no es que suceda igual, pero hasta cierto punto sí que obramos de forma muy poco científica, aunque es preciso reconocer que estamos muy influidos por la publicidad interesada y también por las circunstancias de otras épocas.  A muchos alimentos (o nutrientes) les hemos atribuido unos efectos que para nada están avalados por la ciencia. Si te fijas bien, tenemos alimentos (causas) y alivios de la enfermedad (efectos) para todos los nutrientes: omega tres para la salud cardiovascular, calcio (y por tanto lácteos) para cualquier cuestión ósea, colágeno para el dolor articular y contra el envejecimiento, fósforo para la memoria, antioxidantes para el cáncer… y así se podría seguir casi hasta el infinito incluyendo, claro está, la consabida relación entre decenas de nutrientes (y alimentos) y la mejora del sistema inmune, tan de moda actualmente en tiempos de pandemia debido a la COVID-19. Y el caso es que pensar así es, hasta cierto punto, erróneo.

La culpa, sin querer, la tuvo Hipócrates…

… Pero la tienen también todos aquellos que replican, hoy en día, su famoso aforismo relativo a que tu alimento sea tu medicina, y tu medicina tu alimento, sin tener en cuenta las enormes diferencias entre las circunstancias de los tiempos de Hipócrates (siglo IV antes de Cristo) y las nuestras. En su tiempo, muchos de los problemas de la población estaban relacionados con la falta de alimento e incluso con la falta de ciertos alimentos que contuvieran nutrientes concretos (aunque el concepto de nutriente aun no estaba desarrollado, ni mucho menos). Es decir, el problema eran las hambrunas, incluso la inanición, y por supuesto los diversos déficits nutricionales que se ponían de relieve con la correspondiente “enfermedad carencial”. Aunque este concepto tardaría en definirse con la identificación delos distintos nutrientes (sucedida en un periodo de tiempo comprendido entre finales del S XIX y mediados del XX) en la época de Hipócrates se sabía que la falta de alimento en general, y de determinados alimentos en concreto, favorecían ciertas enfermedades y también la muerte. O dicho de forma concreta, Hipócrates observó una relación causa y efecto entre una alimentación poco variada y ciertas enfermedades. Y de ahí su máxima.

Tuvieron que pasar cerca de 2.500 años, ya en los tiempos de las revoluciones industrial y científica, para comenzar a aislar y caracterizar eso que ahora conocemos como nutrientes. Los primeros fueron las vitaminas y los minerales; luego vinieron más. Y por supuesto, también se describieron las funciones en las que cada uno de ellos estaban implicados. De esta forma se supo que el aporte de aquel nutriente que faltaba en la dieta de una persona con una determinada enfermedad carencial (por ejemplo, dar vitamina C en aquellos casos de escorbuto, o hierro en los de anemia ferropénica) aliviaba, cuando no solucionaba, la enfermedad.

Por tanto, para cada vitamina, mineral, ácido graso o aminoácido esencial, tenemos descritas una importante cantidad de funciones en las que participa. Esto es lo que se enseña en las facultades de las distintas carreras sanitarias. Y si bien este conocimiento es acertado, hay algo que no se suele contar, y que se llama factor limitante.

Dar “de más” de un elemento necesario no ofrece ninguna ventaja

Pregunta: ¿Qué se necesita para copiar a mano la biblia en una semana?

Respuesta: Mucho papel, varios bolígrafos y una mano (salvo que alguien sea ambidiestro y sepa escribir, a la vez y cosas distintas, con ambas manos).

Pregunta: ¿Dar a alguien más papel o más bolígrafos de los estrictamente necesarios, hará que ese alguien pueda transcribir la biblia en menos tiempo?

La respuesta, como bien sabes, es que NO. En este caso y para esta función, el factor limitante es la mano, que es única. En el caso de un coche, una batería, cuatro ruedas y un volante son también factores limitantes. Poner más de estos elementos no hará que el coche corra más o funcione mejor. De hecho, suele suceder al revés, si se ponen más cantidad de ruedas en un coche diseñado para llevar cuatro se reducirán sus prestaciones.

Si nos centramos en “las defensas” (aunque se podría hacer igual con cada función biológica por separado considerando cada nutriente específico en cada caso) encontramos hasta 10 nutrientes entre vitaminas y minerales implicados en una adecuada función inmune (legalmente definidos en el Reglamento Europeo 432/2012 sobre declaraciones autorizadas de propiedades saludables de los alimentos). Son estos: cobre, folatos (o vitamina B9),hierro, selenio, vitamina A, vitamina B12, vitamina B6, vitamina C, vitamina D y zinc. Es importante dejar claro que el efecto de incluir estos nutrientes en nuestra dieta -típicamente y de forma deseable a través de los alimentos- es alcanzar un NORMAL funcionamiento del sistema inmune. No se dice-porque no sería cierto- que la inclusión de estos nutrientes provea al consumidor de un sistema inmune atómico, insuperable, indestructible o infranqueable. Dice NORMAL. Y con los nutrientes en la dieta pasa igual que con los volantes y las ruedas en los coches: poner más, una vez alcanzada la cantidad necesaria para realizar la consabida función, lejos de aportar beneficios, puede implicar asumir ciertos riesgos.

¿Dar “de más” algo que es bueno, puede ser malo? No lo dudes, de hecho, igual que imagino conoces que hay unas cantidades diarias que se recomiendan alcanzar para cada nutriente, existe también el concepto de “limite superior” en relación a la cantidad (de ese mismo nutriente) que se recomienda NO superar, ya que sus efectos serían negativos. Y la práctica totalidad de nutrientes tienen un “límite superior” que se recomienda no superar. Y el que no lo tiene, es porque no está definido aun, no porque no exista. Hasta del agua, ese nutriente-alimento que tan ligado está a los buenos hábitos (quizá de forma excesiva para lo que se sabe según la ciencia) conocemos sus efectos deletéreos cuando se ingiere “de más”. Se llama hiperhidratación y puede conducir a la muerte.

Cómo afrontar la COVID-19 desde la dietética

Desde la tranquilidad que da saber que un patrón de alimentación definido como saludable, es más que suficiente (incluso idóneo) para tener el mejor sistema inmune que es posible en cada persona. Y no lo digo yo, lo dice, por ejemplo la Academia Española de Nutrición y Dietética junto al Consejo General de Colegios de Dietistas-Nutricionistas, publicado a resultados de la actual pandemia y que se titula “Recomendaciones de alimentación y nutrición para la población española ante la crisis sanitaria del COVID-19”. Ese patrón (aunque ya habrá ocasión de profundizar con más detalle) se caracteriza por:

·        Tomar al menos 5 raciones entre frutas y hortalizas al día,

·        Mantener una buena hidratación,

·        Elegir el consumo de productos integrales y legumbres,

·        Consumo moderado de otros alimentos de origen animal y dentro de las recomendaciones habituales,

·        Elegir el consumo de frutos secos, semillas y aceite de oliva,

·        Evitar los alimentos precocinados y la comida rápida.

¿Y los suplementos de esto y aquello, o los, absurdamente denominados, súper alimentos no podrían ayudar? La respuesta es clara: No. Y por aquello de ser prudentes conviene tener en consideración la respuesta a este respecto del documento enlazado: “aunque algunos nutrientes como el cobre, folatos, hierro, selenio, vitamina A, vitamina B12, vitamina B6,vitamina C, vitamina D y zinc, contribuyen al normal funcionamiento del sistema inmunitario, tal y como establece la European Food Safety Authority (EFSA) es improbable que potenciar su consumo, se asocie a un menor riesgo. Por ello, NO hay que fomentar su consumo para este fin.

Así pues, cuando de ahora en adelante pases por un herbolario o por la sección de suplementos de un supermercado y te veas tentado por las alegaciones que incorporan muchos de sus productos relacionadas con la mejora del sistema inmune, lo mejor que puedes hacer es invertir ese dineral que cuestan en embellecer con alimentos adecuados tu cesta de la compra, y con ellos tus menús.

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