Educar en casa a nuestros hijos para que conozcan la importancia del desperdicio alimentario es una de las claves para que el día de mañana sean más responsables en esta área.
Educar a los hijos es quizá una de las tareas más inciertas que hay en cuanto al resultado, tanto que, en una misma familia y con una misma educación, los resultados pueden ser dispares entre distintos hijos. No obstante, la probabilidad de éxito aumenta casi exponencialmente cuando se hacen las cosas bien.
Respecto al desperdicio alimentario, en general, ya dimos una serie de claves en este post, pero hoy toca hablar de los hijos y de cómo podemos ayudar a trasladarles buenos hábitos en este sentido.
Tú eres su influencer
Bien entendida, la educación comienza desde el mismo momento del nacimiento y, al principio, antes de que tomen conciencia de la existencia de una realidad más allá del núcleo familiar, madre, padre y hermanos si los hubiera, tú, es decir, vosotros los padres, sois los únicos referentes. Tanto que a nadie se le escapa la tendencia que tienen los más pequeños de “meterse” (literalmente) en vuestros zapatos, caminar con ellos e imitaros. Alguien dijo una vez (lo he oído atribuido a Albert Einstein) que educar con el ejemplo no es una manera más de educar, es la única. Así que hagamos las cosas bien porque en la medida que nos ven comprar, cocinar, comer y reciclar, evitando el desperdicio alimentario, tantas más posibilidades tendremos de que ese comportamiento arraigue en su forma de ser.
Hace años, más de una década, utilicé una fantástica publicidad de nuestro Ministerio de Cultura para la promoción, de padres a hijos, del hábito de lectura; el eslogan no podía ser más elocuente: “si tu lees, ellos leen”. En aquel caso, como nutricionista, aquel esquema para afirmar que las garantía de que nuestros hijos coman bien aumentan de forma importante en el momento de que nosotros comamos bien y eso implica con ellos: que contrasten cuanto antes que nosotros comemos lo mismo que ellos (superado el periodo de lactancia, se entiende o, al menos, desde el inicio de la alimentación complementaria).
Ser consciente de que su apetito es errático e impredecible
Una de los principales problemas con los que nos podemos encontrar los padres a la hora de gestionar lo que comen nuestros hijos consiste en tener muy presente que sus ganas de comer, su apetito, suele ser en muchas ocasiones errático e impredecible. En ocasiones comen “como leones” y en otras aparentan no tener una mayor gana. De hecho, hay numerosos estudios que contrastan que conviene abandonar el hábito de presionar a los niños para que coman así como utilizar únicamente la transmisión oral de la información, siendo más recomendable “predicar con el ejemplo”.
Así pues, si unimos el epígrafe anterior (que los niños coman igual o lo más parecido posible a lo que comen sus padres y hermanos) junto a este (que estemos preparados para que en un momento dado pueda sobrar comida) terminamos en un escenario similar al de la gestión general de las sobras que ya hemos visto en otras ocasiones. Eso sí, haciendo partícipes a los más pequeños de que ha habido un cierto sobrante de alimentos que habrá que consumir en una fecha próxima.
Consejos para hacer partícipes a los hijos sobre el aprovechamiento alimentario
Más allá de los consejos de siempre, creo imprescindible trasladar y hacer conscientes a los hijos de un principio innegociable: tirar comida es un hecho inaceptable. Primero, por una cuestión de economía, ya que los alimentos son productos que han costado un dinero y nada hay más antieconómico que tirar aquello en lo que una vez invertimos un dinero. Y segundo por una cuestión ética y medioambiental. Una vez asumido este principio, ahora sí, conviene tener en cuenta algunas recomendaciones:
- Ser consciente de cuántas personas definen la unidad familiar y cuánto consumen (comen).
- Conocer y distinguir la fecha de consumo preferente de la fecha de caducidad, así como las condiciones de conservación de los distintos alimentos que adquiramos. Unos irán a la despensa, otros al frigorífico y otros al congelador, y todos y cada uno en las condiciones adecuadas.
- En virtud de las dos premisas anteriores, planificar la compra en virtud de nuestras capacidades de consumo estimadas y de almacenamiento.
- Preparar, cocinar y servir los alimentos de forma higiénica, para que llegado el caso de que haya sobras, poderlas almacenar con ciertas garantías con el fin de consumirlas en una fecha relativamente cercana.
- Una vez que se ha terminado de preparar o cocinar una receta, sopesar si el volumen del resultado supera o no la capacidad de consumo de la unidad familiar. En caso afirmativo, guardar de forma conveniente el excedente en vez de servirlo todo y guardar después.
- A la hora de guardar las sobras, tener muy presente la fecha en la que se generaron. Si se ha decidido que pueden ir a parar al congelador (por ejemplo una sopa, un potaje, un guiso, etcétera) indicar en el envase que la fecha en la que se ha generado y tener presente los “plazos” que nos ofrecen las distintas recetas y alimentos.
- Si las sobras van a parar al frigorífico obrar de forma similar, sabiendo que la fecha máxima en la que van poder consumir es mucho más cercana, de dos a cinco días máximo y siempre que se hayan manipulado de forma higiénica.
- Todas estas labores han de ser verbalizadas para que los niños más pequeños sepan que la comida no se tira y, más adelante, cuando son mayores, invitándoles a que sean ellos -bajo nuestra supervisión- los que gestionan las sobras.